-No lo sé, pero tampoco quiero saberlo, la verdad.
Raquel y yo andábamos a paso ligero con el resto del grupo por un frondoso y oscuro bosque de hojas que parecían casi azules. El exotismo de la flora de aquel lugar me encadilaba a pesar de estar siendo perseguida. Tenían un poder casi hipnótico con esos colores que mantenían su viveza aún con toda aquella oscuridad. De repente me choqué con uno de los que iba por delante de mi.
-¡Ey! -grité. Todos habían parado y el silencio se hizo. Asomé la cabeza entre los huecos que el resto dejaba y pude ver a nuestros perseguidores. Había tres. Parecían los típicos agentes secretos que había visto en series y películas de espías: trajes negros y grises, gafas de sol, audífonos... Éramos un grupo bastante grande, ¿qué se creen que harán solo tres? Podemos con ellos. O eso pensé. Debían tener una especie de armas escondidas cuya existencia ignoraba. Eran bastante grandes, como un bazooka, pero redondeadas y de un metal más brillante. Pude ver lo que es el gatillo y otra cosa en la parte superior que parecía ser el objetivo. No tengo ni idea; ni pude ver mucho más porque Raquel, que estaba agachada, me apretó la mano y, tras hacerme bajar, me indicó con la cabeza el lado opuesto de nuestros perseguidores, por donde habíamos venído. Dejamos allí al resto que intentaba ganar tiempo pidiendo explicaciones. Venían otros tres con nosotras. Ahora no me arrepiento nada de haber estado yendo la última porque, al parecer, éramos tantos que ni siquiera se notó. "Tal vez así nos dejen en paz" pensé.
Nos desviamos un poco del camino inicial y encontramos una especie de tronco gigante y hueco en el que nos resguardamos durante un buen rato. Escuchamos pisadas aceleradas que se acercaban y se alejaban pero nunca llegaban a estar demasiado próximas como para preocuparse. Una vez dejamos de oírlas y, pasado un rato, algunos logramos conciliar el sueño sin más.
Cuando desperté, todos seguían durmiendo. Pude ver como el sol se asomaba entre los pequeños boquetes del tronco y decidí salir sorteando a mis compañeros. Efectivamente, era prácticamente de día. De hecho, casi terminaba de amanecer. Me senté sobre el tronco contemplando el paisaje durante un buen rato. Apenas corría aire y el sol coloreaba el lugar de una manera espectacular. Jamás había visto algo igual. "¿Dónde estaremos..?" me pregunté. No pude reflexionar mucho más ya que el grupo se fue despertando poco a poco. La idea era buscar comida y continuar andando, pero como no nos fiábamos del extraño aspecto de las frutas que encontrábamos, optamos por seguir andando y ver si, con suerte, encontrábamos algo por el camino.
-Oye, ¿y vosotros cómo habéis acabado aquí?-preguntó uno de los chicos. Se llamaba Bruno. Era poco más alto que yo, castaño tirando a rubio y en su expresión se veía claramente que llevaba un buen rato pensándolo.
-Yo... no lo recuerdo. Simplemente aparecí en aquella especie de cámara donde estábamos todos- contestó Mónica, la otra chica aparte de nosotras. Era morena y llevaba una larga trenza que le llegaba a la cintura. Otro de los muchachos se giró rápidamente y la miró.
-¿No lo recuerdas? ¿Nada?- preguntó el otro chico. Su nombre era Acteón. Tenía los rasgos de la cara muy rectos, el pelo ensortijado y bastante claro también; era griego. La chica negó.
-¿Tú sí? - preguntó Raquel.
-Claro que me acuerdo. Bueno... no de todo. Pero si recuerdo que estaba jugando al ordenador, con los cascos y todo, y cuando quise darme cuenta había alguien...-hizo una pausa. Se había como trabado de repente.
-¡¿Qué?!-gritaron los otros dos chicos. Yo contemplaba la escena muda. Él tragó saliva
-Bueno, sí; el caso es que cuando me giré, todo se sumió en una oscuridad repentina y entonces sí, me vi en la cámara esa que tú dices.
No imagino cuánto tiempo transcurrió, pero ya estaba atardeciendo. Estuvimos comentando nuestras experiencias como si hubiera sido algo medianamente normal lo que Acteón había contado. No sé si el miedo nubló las ganas de preguntar del resto o si no lo percibieron como yo, pero había algo raro en su historia. Cuando tuve ocasión, le pregunté aparte de nuevo para ver si podía sonsacarle algo más. Entonces, Mónica se paró en seco unos segundos y observó la lejanía; salió corriendo mientras gritaba "¿¡No veis eso?!". Todos corrieron tras ella. Acteón y yo nos miramos y fuimos detrás.
El bosque parecía terminar y vimos algo parecido a una ciudad. Algo parecido porque se veía pequeña. Es más, de lejos parecía una maqueta de ciudad. Bajamos por una pendiente de tierra que había y nos dirigimos hacia allí. Cuando llegamos, parecía estar desierta. Si que se veían personas de vez en cuando, solo que no nos daba tiempo a decirles nada o directamente no nos hacían caso. Tal vez era por las pintas que teníamos, no lo sé. Al fin, dimos con un hombre de mediana edad y aspecto afable.
-¿Puedo ayudaros en algo, chicos?
-¡Sí! - Raquel le explicó resumidamente lo que nos había pasado y el hombre no lo dudó.
-Subid. Ya sé dónde llevaros. Dos pueden ir delante.
Charles parecía un señor rudo pero a la vez muy agradable. Era inglés, pero hablaba bastante bien español. Algo me decía que era de fiar. Supongo que todos lo pensamos, sino no estaríamos ahí. Nos estuvo contando que aquello era Palmyra. Una isla situada el Océano Pacífico que estaba prácticamente deshabitada. De hecho, le extrañó mucho lo de los hombres trajeados. Según comentaba, llevaba un tiempo viviendo allí para realizar una serie de investigaciones acerca de la misma. Por lo visto, no es una isla como tal, sino un atolón gigante, lo que, según Charles, significaba que había existido un volcán ahí y que, de hecho, sospechaba que toda la isla lo había sido. "¿No es increíble?" dijo. Raquel y yo, que íbamos delante con él, nos quedamos maravilladas. Sabía mucho de todo. De repente, escuchamos como se acercaba el sonido de unas motos. Eran tres de los hombres trajeados que conducían unas veloces Honda negras con detalles plateados. Nos perseguían y Charles aceleró. Se escuchó un ruido como de láser y la camioneta dio un brinco. Los que iban detrás empezaron a gritar. Nos asomamos por la ventana que daba atrás y pudimos ver una especie de avión a lo lejos. Un haz de luz rosa había aparecido cerca de la camioneta. Los hombres trajeados disparaban a discreción una especie de masa ¿acuática? sin éxito al haz de luz. Nos giramos intentando echar un ojo atrás de vez en cuando. Una de las veces que miré, pude ver cómo de ese haz de luz salía un enorme brazo y se llevaba a Acteón. Los ojos se me abrieron como platos "PARA" chillé. Charles me miró como si estuviera loca. Pasó lo mismo con Mónica y Bruno. "QUE PARES YA" volví a gritar con más fuerza pero algo ahogada. Se me saltaron las lágrimas. Charles paró de un frenazo al igual que los hombres trajeados. Pero para cuando habíamos salido, el haz de luz había desaparecido.
* * *
Y bueno, esto es un sueño que tuve hace poco.
Probablemente es fruto del ritual nocturno que teníamos
en el piso de ver Stranger Things antes de dormir.
Es el primer relato sin más -sin significado implícito, quiero decir-
que escribo desde hace años, ¡espero no haberlo hecho muy mal!
Gracias por leerme :)
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