Las tengo todas recogidas en una estantería resguardada que nadie ha visto jamás. La estantería es blanca e infinitamente enorme y ellas están ordenadas por colores: de más alegres a más tristes, pasando por intensos, neutros y muchos más. Estoy segura de que las has visto, pero no de esta manera. Nadie las ha visto de esta manera, pero a ti, que me estás leyendo, te daré el privilegio de saber un poco más.
Verás, están hacinadas en una sala tan blanca como la misma estantería. En ésta hay un espejo enorme que se esconde tras ellas, aunque también hay muchos reflejos y brillo por todas partes. A pesar de que a veces no me gusta ir allí, siempre he pensado que es un lugar mágico y maravilloso. Creo que no podría detallarlo lo suficiente como para que te lo imagines, pero te podría decir que cuando das el primer paso hacia el interior, sientes todo lo contrario a lo que sentías fuera. Eso es justamente lo que me genera desazón, sin embargo esa es la razón por la que entro.
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Una vez allí, solo puedes avanzar hacia la gran estantería o volver. Si finalmente te decantas por la primera opción, solo tendrás que posicionarte frente al mueble y buscar cuál es la que necesitas. Una vez la encuentras, con un leve gesto de asentimiento, ésta cae suavemente como si de una pluma se tratara. Cuando la tienes en tus manos, se escuchará un ruido atronador tras el que podrás ver el espejo del que te he hablado antes. Es entonces cuando te ves frente a ti y te tienes que poner la máscara para practicar el gesto que la misma suscita. Esto tiene su sentido, porque las máscaras solo te ayudan a exteriorizar el semblante que has elegido, pero tú debes aprender a falsearlo.
Se podría decir que el uso de estas máscaras es terapéutico. Sí, terapéutico; todos arrojamos una especie de luz resplandeciente -que no cegadora-, una luz que se origina en el estado de ánimo. Éste no siempre merece que alguien lo vea, pues puede provocar un sinfín de reacciones que, según en qué casos, conviene evitar.
Por último, me gustaría hacerte un par de advertencias. He oído que hay personas a las que se les ha quedado incrustada la máscara y se le ha quedado adherida sin apenas remedio. He oído que hay quienes dejan de necesitarlas y sólo las usan en casos de verdadera necesidad. También he oído que hay máscaras que no deberían ser utilizadas porque si abusas de ellas puede producir algún trastorno en la personalidad de quien la lleva. Por lo general, esto ocurre porque se confunde el uso que tienen estas máscaras.
Bueno, yo ya te he mostrado mi sala, ¿cómo es la tuya?
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